LAS TRES RESISTENCIAS



Todos hemos afrontado situaciones difíciles de resistir.  Pensamos que los problemas duran una eternidad y no somos capaces de soportarlos. Tenemos momentos en nuestras vidas, como los del actual confinamiento obligatorio, que nos presionan en exceso (estudiar, trabajar, atender la familia, responder por nuestras obligaciones en la casa). Todo esto necesita tiempo y los horarios pueden ser muy agotadores. Pero lo aguantamos, porque sabemos que debemos esforzarnos para ver florecer los frutos. Por ello, es muy importante LA RESISTENCIA. Debemos aprender a identificar cuáles son esas resistencias que debemos perfeccionar en nuestra vida y cuales debemos dejar pasar. Por ejemplo: a) Hay que resistir al mal, pero no al bien. b) Debemos resistir al odio y debemos perdonar. c) No debemos resistir al Espíritu Santo en nuestras vidas.


1.    Resistir al enemigo
En Santiago 4:7 leemos: (…) Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros (…)
Cuando Jesús ayunó por cuarenta días el diablo lo tentó y Jesús lo resistió y lo hizo huir, utilizando para su resistencia la palabra de Dios. Resistir no necesariamente es pelear. Hay un tiempo para atacar y otro para aguantar. Cuando sintamos que ya no podemos más, el Espíritu Santo nos da nuevas fuerzas para que logremos ahuyentar los ataques y tentaciones del diablo. Todas las personas que caminan en pecado (no están sometidas a Dios) se vuelven débiles a las artimañas del diablo y permiten que tome ventaja sobre ellos. Por eso debemos ejercitarnos en la palabra de DIOS, para conocer la verdad y obtener la fe que nos permita resistir y hacer huir al maligno. El diablo ataca cuando ve que cedemos a la tentación, pero huirá si nos ve fortalecidos en la palabra de Dios.

2.    Resistir el rencor y las ofensas.
Resistirse a perdonar las ofensas es un grave error. Debemos resistir al rencor, pues siempre atrae desgracia. El Señor claramente nos dice que recibiremos perdón solamente si perdonamos. Para estar bien con Dios no sólo debemos resistir al diablo, sino que además debemos pasar por alto las ofensas (resistirlas) y evitar que se vuelvan en nuestra contra.
En Mateo 6:14-15 la palabra nos recuerda: (…) Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas (…).
Igualmente, el Señor nos pide que nos perdonemos como hermanos. Somos FAMILIA en la Fe. Todos formamos parte de una misma familia en Cristo Jesús.  En la familia no se guardan rencores. Se pelea, pero se perdona.   
En Mateo 18:35 la palabra nos dice: (…) Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas (…)
La falta de perdón es el primer paso para la venganza. Cuando guardamos rencor estamos formando un carácter vengativo y preparamos la plataforma para devolver el mal que recibimos. Recordemos que la venganza no es nuestra sino del Señor.
Romanos 12:19; (…) No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor (…).

3.    No resistir al Espíritu Santo
Cuando tenemos endurecido el corazón por el odio o el rencor, nos cerramos al consejo de nuestros padres, familiares o amigos y mucho menos escuchamos en el espíritu, la voz del espíritu Santo de Dios. Si estamos ofendidos, no escuchamos consejos sobre perdonar. El oído humano fácilmente escucha a diario, consejos sobre no dejar pasar la ofensa recibida, que contaminan los sentimientos y la razón. No debemos permitir que los chismes vuelvan impuros nuestros oídos y nuestro corazón. Yo tuve un compañero de estudio en Rhema, quien luego fue mi compañero de trabajo y hoy está con el Señor, que le decía a los que le iban a contar chismes “Mis oídos no son un tarro de basura, así que vaya y la bota en otro lado”. Sabia costumbre.
Hechos 7:51 nos dice: (…) ¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros (…).
No nos resistamos al Espíritu Santo. Él quema, pero no es fuego, embriaga, pero no es vino y sopla, aunque no es viento. Él tiene poder, oye, habla, guía, se goza, se entristece y se enoja. Cuando nos ofendan, perdonemos y cuando ofendamos, así nos cueste, corramos a pedir perdón. Si nos resistimos al Espíritu Santo, nos irá mal.  Él utiliza muchas circunstancias y personas para aconsejarnos y atraernos a los pies de nuestro Señor Jesucristo. Es mejor buscar a Dios por amor y no por dolor. 

En conclusión, para tener una buena relación con Dios, debemos abrir nuestros oídos espirituales y nuestro corazón, al Espíritu Santo, resistir el mal y perdonar las ofensas.

Bendiciones.

Pablo José

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