LA COSTUMBRE DE CULPAR
Desde que Dios creo al hombre y a la
mujer, empezaron con el juego de culpar a los demás.
Génesis
3:12-13; (…) El hombre
respondió: —La mujer que tú me diste
por compañera me dio del fruto del árbol. Por eso me lo comí. Dios se dirigió
entonces a la mujer, y le dijo: — ¿Qué es lo que has hecho? Y la mujer le respondió:
—La serpiente me tendió una trampa.
Por eso comí del fruto (…).
Cuando
Dios los confrontó por su pecado, Adán y Eva se culparon entre ellos, Adán
culpó a Eva por darle a comer de la manzana y a Dios por haberle dado a Eva.
Eva culpó al diablo. Y desde entonces esa práctica se volvió frecuente cuando
la gente no es capaz de asumir sus responsabilidades en los diversos actos del
diario quehacer.
Esa
costumbre de no asumir nuestra responsabilidad personal y de buscar a otra
persona o circunstancia para culparlos, es la causa fundamental para no tener
una vida de victoria.
Cuando salieron de Egipto y estaban
atravesando el desierto, los israelitas siempre se quejaban y le echaban la
culpa de sus problemas a Moisés y a Dios.
Aceptar
nuestros errores o pecados, asumirlos y pedir perdón al ofendido y a Dios, en
el nombre de Jesús, cuesta trabajo, pero es liberador y restaura nuestra comunión
con Dios, para poder seguir gozando de Su protección. Debemos asumir las
consecuencias de nuestros errores, por fuertes que sean las sanciones, pero, a
la larga, eso es mucho mejor que vivir separados de Dios. Recordemos que Él
solo nos pide arrepentimiento sincero y sabemos que nunca deja de perdonarnos cuando
venimos contritos a buscarlo, para pedirle Su perdón y consuelo.
1 Juan
1:9; (…) Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para
perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad (…).
Bendiciones
Pablo
José
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